miércoles, 23 de marzo de 2016

SANTO TORIBIO DE MOGROVEJO, obispo

(1538-1606)

23 de marzo

 

1.  Nota histórico litúrgica

 

La memoria facultativa de Toribio Alfonso, nacido en León en 1538, que primero fue magistrado en Granada, después de haber estudiado derecho en Salamanca, es reciente, aunque fuera canonizado en 1726, y adquiere valor porque fue el gran evangelizador de Perú y de otros países de Hispanoamérica. Este país, hacía poco conquistado por Pizarro para la corona de España, recibió por deseo de Felipe II al nuevo arzobispo de Lima, elegido cuando aún era laico (1580). Lima, elevada a sede episcopal en 1541, tenía jurisdicción en los países que se extendían entre Panamá y Río de la Plata. Su diócesis, en la cual entró en 1581, ocupa 520 km en la costa del Pacífico.

A su gobierno fue asociada una provincia eclesiástica que, desde Nicaragua, llegaba hasta Paraguay y Argentina. Dedicó sus tra­bajos pastorales a convocar concilios y sínodos para la forma­ción del clero y la elevación moral del pueblo, especialmente el autóctono (los indios), acudiendo a las míseras viviendas de los indígenas para confortar a la pobre gente.

Murió en Saña el 23 de marzo de 1606 en una comunidad india, hacia el fin de su último viaje pastoral. Era jueves santo e hizo que le acompaña­ran los salmos (115,10: La casa de Aarón...; 30,6: En tus manos...) al son del arpa, dirigiéndose al crucifijo. Sus restos fueron tras­ladados a Lima en 1607.

 

 

2.  Mensaje y actualidad

 

La colecta (tomada del propio de la ciudad de Roma para el beato Gregorio X) enuncia dos temas. El primero es la referencia a las fatigas apostólicas del santo obispo, con las cuales fecundó a su Iglesia; fatigas que él afrontó con entusiasmo desde el momento en que, contra su voluntad, se topaba con la prohibición de los cánones de la Iglesia de elegir un laico para el episcopado. Frente a los escándalos que hacían más difícil aún su misión (se le acusaba de ausentarse durante largos períodos misionales de la capital), a la resistencia del gobierno colonial y a las mismas órdenes religiosas, que oponían a su firme obra de evangelización y de saneamiento moral la fuerza de la costumbre (les prohibió que fueran párrocos para impul­sarles a dirigirse al "frente" misionero), respondía con paciente firmeza, según Tertuliano: "Cristo se llama la verdad, no la costumbre".

 

Construyó en 1591 el primer santuario mariano del nuevo mundo y no cesó de estudiar y aprender los dialectos locales para tratar directamente con los indios evangelizados. La ora­ción prosigue pidiendo "el celo por la verdad de tu obispo santo Toribio". En efecto, él sintió gran amor por los indios, apren­diendo su lengua (el quechua). Podemos inspirarnos en este santo pastor, que hizo tres veces la visita pastoral a su inmensa diócesis; que con los decretos de sus concilios provinciales —entre ellos el primer concilio de Lima (1582-1583), que fue como el concilio Tridentino de América— logró restaurar la verdadera disciplina, aplicada también en doce sínodos dioce­sanos. Dio la medida de su bondad con ocasión de una epide­mia de peste, llegando a ofrecer su vida por la salvación de su grey. La actualidad de este apóstol, a quien Benedicto XIV com­paró con Carlos Borromeo, se evidencia en esta generosidad que hace crecer al pueblo de Dios "en la fe y en la santidad de vida". El texto de la lectura en el oficio, tomada del decreto sobre el deber pastoral de los obispos en la Iglesia (1963), su­braya estas notas del método de la evangelización, que son actuales también para nosotros: claridad de doctrina, compren­sión en el diálogo, prudencia de acción, confianza ilimitada y predilección por los últimos (los indios de Toribio).

  

Elzo Lodi Los santos del calendario romano. Orar con los santos en la liturgia, San Pablo, Madrid 1999, p 114-115

 

Oración colecta
Dios nuestro, que has hecho crecer a tu Iglesia en América
con la dedicación pastoral y el celo por la verdad
del obispo santo Toribio,
concede al pueblo a ti consagrado
crecer constantemente en la fe y en la santidad.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo
que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo
y es Dios, por los siglos de los siglos.