jueves, 26 de mayo de 2016

Severo APARICIO QUISPE, El clero y la rebelión de Túpac Amaru, Imp. Amauta, Cuzco 2000, 92 pp.

 

En 1980 se cumplían los doscientos años de la rebelión indígena en el siglo XVIII encabezada por José Gabriel Túpac Amaru, que salió en defensa de los derechos de los indios contra los abusos de las autoridades locales hispanas.

 

El bicentenario se conmemoró con dos eventos científicos: un «Coloquio Internacional: Túpac Amaru y su tiempo», celebrado en Lima y Cuzco en 1980, promovido por el gobierno del país; y un Simposio sobre la «Iglesia y la Rebelión de Túpac Amaru», por iniciativa de la arquidiócesis de Cuzco. Las actas de uno y otro fueron publicadas en Lima, 1982 y Cuzco, 1983.

 

Mons. Severo Aparicio, obispo auxiliar emérito de Cuzco, historiador de la labor de la Orden de la Merced en el Perú, fundó en 1986 el Instituto Peruano de Historia Eclesiástica, elevado diez años después, en 1996, a Academia Peruana de Historia Eclesiástica, de la que es presidente. En esta publicación, Aparicio reúne varios estudios en torno a José Gabriel Túpac Amaru y sus relaciones con eclesiásticos.

 

Un primer trabajo, presenta a los eclesiásticos que se opusieron a Túpac Amaru y que emprendieron iniciativas para su represión; y a los que le apoyaron en su causa; estos últimos fueron doce sacerdotes seculares y cinco regulares: tres dominicos, un franciscano y un agustino; el más significativo fue D. José Maruri, cura de Asillo (Puno), nacido en Huancayo, hijo de Mariano Maruri, coronel del regimiento de Infantería de la ciudad de Cuzco, de la Orden de Santiago, que sería aprisionado en Perú tras la derrota de los sublevados, trasladado a España, donde sería liberado en 1787, pero con la expresa prohibición de pasar a las Indias.

 

El Autor en el segundo trabajo se pregunta si José Gabriel Túpac Amaru fue católico creyente y lo muestra como hombre de fe, que ve su rebeldía con óptica providencialista. Es interesante la atribución que el caudillo indígena se toma para nombrar a diversos párrocos en los territorios que fue dominando.

 

El tercer apartado analiza la actuación del Obispo de Cuzco, Juan Manuel Moscoso y Peralta, promocionado desde la sede de Córdoba del Tucumán a la sede andina en 1778. Moscoso fue acusado de actuar a favor de la revuelta, entre otros por Mata Linares; las acusaciones no se demostraron y el obispo sería promocionado en 1789 a la diócesis peninsular de Granada, en donde permaneció hasta su fallecimiento en 1811. Aparicio sostiene que el obispo no colaboró con la rebelión indígena.

 

Por último, presenta el Autor la religiosidad de Micaela Bastidas, esposa de TúpacAmaru, que en todo momento apoyó la legitimidad de la revuelta y a quién correspondió tomar decisiones a favor de la causa, en ausencia de su marido en guerra. Ha sido un acierto reunir en una publicación estos trabajos que perfilan desde diversos ángulos el tema enunciado.

 

E. Luque Alcaide